No me voy a extender sobre el caso, pero me veo en la obligación de justificar mi postura que es crítica al propio acrónimo. Creo que nadie es ajeno a que el significado primigenio de tales siglas es el de All Cops Are Bastards, y que la alusión a los gatitos es un eufemismo que a golpe de juego de palabras pretende seguir usándolo como ofensa velada y paraguas legal debido, precisamente, a la literalidad justiciable.
En foros privados y grupos de trabajo me he mostrado siempre contrario al uso de las siglas A.C.A.B. en cualquier expresión fuera meme, fotografía o simple lema por una sencilla razón. el significado literal es falso, no todos los policías merecen tal insulto (otro día hablaremos del sentido peyorativo del bastardismo), y no sólo por aquello de que en la policía hay de todo como en botica, no. No estoy de acuerdo con su uso porque hace un análisis parcial y torticero de la realidad aplicada además de una alineación con postulados contestatarios poco meditados.
Cuando en determinados círculos se habla de la policía suele hablarse de la polícia que ejerce labores de represión, mayormente de la U.I.P., y siempre desde actitudes enfrentadas. ¿Cuál es el problema? Pues que aparte de las U.I.P. hay otras unidades de policía de las que no podemos prescindir (al menos de momento) y que metemos en el mismo saco. Hablamos de unidades contra el crimen organizado, contra la pornografía infantil, de delitos económicos (que ahora persiguen a tantos políticos) e incluso de la policía de barrio que hace otras labores cercanas. Obviamente hay buenos y malos profesionales por lo que no es lícito usar sólo el ejemplo negativo. Tampoco lo sería si calificáramos las protestas y manifestaciones según el comportamiento de los que se dedican a romper escaparates, llevarse lo expuesto o romper vehículos y mobiliario urbano por sistema, los que hemos participado en movilizaciones sabemos que no es el sentir ni la tónica general por lo que tampoco veríamos bien que se nos identificara según este patrón.
Los que han hablado conmigo (y todo el que me ha escuchado/leído) habrá notado que suelo repetir siempre la misma cantinela: el problema está más arriba. El problema es una caterva de políticuchos que usan a la policía no como un cuerpo de seguridad al servicio de la ciudadanía si no como una suerte de guardia de corps que debe proteger un statu quo ilegítimo y como herramienta de represión y control de la ciudadanía. No es incierto que protestas y manifestaciones pacíficas terminan como batallas campales, gente normal gaseada o golpeada con balas de goma usadas de forma no reglamentaria. ¿Es culpable la policía de ello como cuerpo? No lo creo, cierto es que hay malos policías como he dicho antes, pero el responsables es:
- Quien permite que alguien sin control y tendencias violentas lleve un arma y una placa que lo ampare
- Quien diseña los dispositivos pensando que la ciudadanía es el enemigo y no el elemento a defender
- Quien permite e infiltra a elementos provocadores para justificar cargas
- Quien aprueba leyes represoras que criminalizan la crítica, la disensión y el pensamiento alternativo
Que nadie se lleve a engaño, la ley mordaza es un error mayúsculo (aunque en realidad se haya promulgado con toda la intención del mundo). Es una ley en la que encontramos pasajes necesarios y adecuados adornando un sinfín de barbaridades destinadas a cercenar la libertad de expresión, el derecho a crítica y a blindar la separación entre legislador y legislado. Entre epígrafes de protección ante tráfico y posesión de armas y explosivos están los que prohíben que critiquemos a la corona o que mostremos los abusos de poder de las autoridades, los que criminalizan protestas o endurecen los castigos por las mismas. Los derechos de reunión e información son severamente cercenados con la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana.
Toda esta disertación para decir lo obvio, que no hay que culpar a la policía en general, hay que culpar a los que redactan leyes represoras y retrógradas y, naturalmente, a los que matan a Juan Andrés Benítez o Miguel Ángel Fernández, a los que rebentaron el ojo a Ester Quintana o a Nicola Tanno y tantos otros que cuando reciben la placa, reciben un escudo tras el que parapetar su mediocridad violenta. Esos son culpables, el resto no.
Cuando levantemos el dedo para señalar, señalemos a los árboles podridos, no pretendamos quemar el bosque.