miércoles, 8 de marzo de 2017

Soy feminista

Feminismo
Hace días que ando decidiendo si colgar este post o no. Todo a raíz de un encendido debate que pude leer en la cuenta de un conocido en una famosa red social. En este debate había mujeres que cuestionaban la idoneidad de que un hombre alzara voz propia en favor del feminismo. Según esta persona la tarea de los hombres debía limitarse a repetir las consignas y a apoyar la lucha de las mujeres que sí eran las legitimadas para ello. Argumentaba, además, que el mero hecho de ser hombres nos situaba en la zona del enemigo y parte del patriarcado culpable por lo que nuestras aportaciones no eran bienvenidas. Quizá el debate se encendió demasiado y quizá o bien la chica en cuestión no se explicaba claramente o yo no fui capaz de comprenderla porque tales conclusiones no hicieron más que dejarme descolocado. Súmenle a esto unos vídeos de recientes movilizaciones en Argentina en las que a un reportero se le invita a salir del meollo de la concentración por el mero hecho de ser hombre. Desconozco si el vídeo estaba manipulado o si estaba afectado de sesgo pero ayudó a plantearme si este ocho de marzo debía mantener el perfil más fino que de habitual, pero entonces he recordado a multitud de mujeres feministas, he recordado actitudes y he recordado realidades, pero, sobre todo, he recordado lo que significa ser feminista.

El feminismo, desde mi humilde punto de vista es lo opuesto al machismo, sí lo he dicho bien, ya sé que suele decirse lo contrario. Dejadme explicarlo: El machismo propugna que uno de los dos géneros es superior a otro. El machismo presenta unas "certezas" científicas y unas "evidencias" históricas que respaldan la existencia de un sexo débil y de otro dominante de pleno derecho, en este caso que el "género superior" sea el masculino para mí es casi anecdótico, es porque el perpetrador "intelectual" pertenece a este género. Por lo tanto si el feminismo es lo opuesto significa que ambos géneros (por ser tradicional y obviar aquí el debate de si hay más géneros que puede ser complejo) son iguales; iguales en capacidades y en potencialidades por lo que deben serlo en oportunidades, derechos y obligaciones. Hombre y mujer no pueden estar socialmente separados ni uno encima del otro, esto es el feminismo, ¿sencillo no? pues aún hoy hay quien saca a pasear el "igualitarismo" y se queda tan ancho, no ha entendido la jugada.

Pero no desviemos el tema con lo obvio. No es necesario recordar que es algo de justicia y que no tiene que ver con el ratio mujer-hombre, si hubiera sólo una también sería de justicia. Tampoco voy a repetir reflexiones, datos o estadísticas que seguro en otras partes que hoy publiquen gozan de mayor legitimidad. Hay algo que solemos dar por supuesto y que a mí, como seguro a muchos otros, me ha pasado y como este es un blog personal voy a hablar de mí.

Pertenezco a una generación, la de mediados de los setenta, que creció en colegios públicos mixtos, con profesores y profesoras, viendo a políticas dirigir ministerios y observando a mujeres desarrollar los más diversos oficios sin que nadie de mi entorno dijera nunca, o al menos nunca fui consciente, que por ser mujer se fuera menos. Fue algo más tarde que me fue evidente el machismo imperante, los desnudos gratuitos del cine de destape, que las mujeres triunfadoras lo eran por un esfuerzo sobrehumano propio, que el techo de cristal existía y que estaba muy bajito. Fue cuando me dí cuenta de que en la televisión siempre estaban supeditadas al presentador masculino y que en las empresas estaban siembre por debajo y en puestos de menos enjundia. Aún tardé un poco más en darme cuenta de que había trabajos de hombre y trabajos de mujer; que el hecho de que las mujeres no hicieran la mili no era un privilegio si no discriminación y que lo de las mujeres florero era mucho más que una expresión curiosa.

Mi primera reflexión parecía natural, el machismo tenía los días contados. Eran tiempos felices en los que en mi entorno nadie discriminaba, en los que no se cuestionaba el trabajo de nadie por ser de un género u otro y en el que los telediarios no abrían con la noticia de un asesinato de una mujer a manos de su pareja o ex pareja. No, de eso no se hablaba, si acaso de vez en cuando algo se decía pero se aventaba con un algo habrá hecho o un la culpa es de ella por aguantarlo y todos tan anchos. En esos momentos pensé que cuando nuestra generación llegara a las cimas del poder, cuando mandáramos el machismo se habría extinguido. Nosotros (y nosotras) valoraríamos el trabajo de cualquiera por sus méritos y no por su sexo, valoraríamos la capacidad de hacer algo o la incapacidad de no hacerlo y sí, ninguna mujer aguantaría a un hombre que le pusiera la mano encima porque mi generación ya no era de esos. Éramos los que no ayudábamos en casa porque las tareas eran de los dos, habíamos roto el yugo del trabajo doméstico a cargo de las madres y sabíamos que los padres lo éramos para todo y no sólo para ser el padre de familia que viene del trabajo, exige la comida y se va al bar después de decir a toda la familia lo que debe hacer. Nuestra generación venía limpia de culpa y limpia de pecado, en igualdad.

Pero la edad adulta te da una bofetada con sólo abrir los ojos. Los sueldos de las mujeres son más bajos y no sólo porque siga habiendo techo de cristal, que también. Seguimos con el destape desigual, aunque ahora es yanki, las tareas domésticas siguen estando mal repartidas (y aquí reconozco mi comodismo atávico sin segundas lecturas), y seguimos sorprendiéndonos con mujeres camioneras, agricultoras, policías y albañiles. Seguimos pensando en que la compra la tenemos que llevar los hombres por educación y que las mujeres son insoportables, sobre todo esos días. Aún hoy el 98% de la reducción de la jornada laboral la solicitan mujeres y como mejor están los hijos es con su madre. Seguimos casi igual en muchas cosas y ya hemos dado el relevo generacional. Pero lo más triste es que seguimos matando a nuestras mujeres.

Podríamos debatir si todas las muertes son violencia de género o si responden a simple violencia. Podríamos debatir si la violencia es de género porque también se da en parejas homosexuales o si el fenómeno es más amplio porque se da entre generaciones, pero lo cierto es que este año han muerto veinticuatro mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, veinticuatro asesinatos en poco más de dos meses que no pueden dejarnos indiferentes. Asesinatos que no son todos en generaciones mayores a la mía, ni siquiera la mayoría. Y lo triste es que cada vez los malos tratos se dan en parejas más jóvenes, la denigración, la posesión y las violaciones se dan cada vez en edades más tempranas. No pienso entrar en si el clima general es de violencia y es el entorno en el que hay que circunscribirlo y explicarlo. No pienso hacerlo porque por lego carezco de recursos y elementos de juicio, pero lo que no se me escapa es que los malos tratos, los tratos vejatorios, las violaciones y los asesinatos de mujeres en definitiva, se dan por una sensación de posesión, de superioridad. Y esto es un paso atrás devastador para nuestra sociedad y hablamos de toda Europa. Esa Europa que nos parecía tan moderna y avanzada el aquel 1986 pero que hoy nos trae a Janusz Korwin-Mikke y sus comentarios machistas en un vacío parlamento europeo. Parlamento vacío precisamente mientras se debatía la brecha salarial entre hombres y mujeres.

Podría seguir hablando de personajes que pululan hoy en día, youtubers que hacen gracia y pretenden sentar cátedra de cuñadismo con manotazo en la mesa y machirulismo "simpático" de andar por casa. Desgraciadamente estamos peor que hace unos años, quizá por la falta de valores de unas generaciones tocadas por la crisis económica o por la viralidad imperante actual que impide el reposo necesario para la reflexión. Lo que sí está claro y debe quedar claro es que el machismo no es un problema de las mujeres, es un problema de la sociedad y no sólo porque todos los hombres seamos hijos de mujer, algunos seamos padres de mujeres y una parte seamos pareja de mujeres. Es por justicia, es por derecho y es por naturaleza. La misma que nos demuestra día a día que las diferencias entre un hombre y una mujer son físicas y pocas, que estas se circunscriben al aparato reproductor y que a veces ni eso porque hay mujeres que nacen con cuerpo de hombre y hombres con cuerpo de mujer. La igualdad, el feminismo, es la única forma de construir una sociedad mejor. Porque ser feminista es defender que las mujeres son iguales pero ello implica que defendamos que los homosexuales y los heterosexuales somos iguales y que ser transgénero no es una enfermedad. Ser feminista es creer en una sociedad mejor y que seremos capaces de alcanzarla, sólo hay que quererla y desterrar las ideologías de odio y separación.
Igualdad

P.S. → Os dejo, y saltándome mi costumbre de no poner enlaces, una entrevista que el buen amigo Àxel Monfort hizo a Begoña Marugán sobre el feminismo.