Hoy es 23 de febrero. Hoy se cumplen 32 años de los golpes de estado de 1981. Y digo bien, golpes de estado. No es una invención mía, ni siquiera una brillante deducción propia. Lo dicen los que han estudiado a fondo los hechos acaecidos en tan aciaga fecha. Incluso lo asevera una de las personas que más debió conocer la conspiración: el ex-general Alfonso Armada. Según estas tesis el golpe de estado no fue uno sino tres o hasta cuatro dependiendo del objetivo final perseguido (y no todos quedarían como meros intentos).
El 23 de febrero de 1981, el entonces teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero irrumpe en el congreso de los diputados al mando de 200 hombres y, pistola en mano, secuestra a los diputados, ujieres y demás personal allí presente. ¿El motivo? En un primer momento no hay peticiones, órdenes ni declaraciones lo que da a pensar que Tejero es sólo una pieza más. En cualquier caso no parecía difícil deducir qué es lo que se pretendía, al fin y al cabo Tejero había cumplido condena por la planificación de un golpe de estado en 1978, la llamada Operación Galaxia. Es de sobras conocida la fidelidad de Tejero al régimen anterior y su nostalgia, por lo que su irrupción en el congreso sólo puede significar su deseo de involución democrática y el intento de revertir los pocos avances democráticos alcanzados en esa fecha.
Pronto la versión oficial es la aquí indicada: un grupo de guardias civiles nostálgicos pretende volver al franquismo destituyendo al gobierno legítimo. Pero en la sombra se empiezan a observar ciertos movimientos, unos más subrepticios que otros. Una semana antes, el general Armada ha sido nombrado segundo jefe del Estado Mayor y es por ello que se encuentra en Madrid. Y empieza el baile. Empieza a proponerse una solución de emergencia, esta pasa por negociar con los sublebados la rendición y liberación de los rehenes a cambio de destituir el gobierno de, aún, Adolfo Suárez y crear uno de concentración ilegalizando, claro está, a los comunistas de Santiago Carrillo y a los partidos nacionalistas que ya se habían legalizado. En el ambiente parece flotar un consenso tácito que sitúa a Alfonso Armada como teórico presidente de dicho gobierno, golpe numero dos: no se involuciona del todo, se reforma lo necesario para no incomodar a la vieja guardia y ser suficientemente fieles a los principios del "movimiento"; aquí es donde se alinea el grueso de conspiradores: democracia sí, pero con límites.
Militares juzgados por el golpe de estado |
Armada se encuentra fuera del foco de la toma de decisiones. Oficialmente no ocupa ningún papel relevante en el proceso, pero se encuentra en permanente contacto con las capitanías militares y con la Casa Real. Parece ser que intenta acercarse al centro de mando de Zarzuela, pero el secretario del Rey, y sucesor suyo en el puesto, Sabino Fernández Campo lo impide. Las informaciones del momento apuntan, extraoficialmente, a que el Rey en persona está detrás del golpe de estado, algo que la corona desmiente la misma madrugada del 24 de febrero al declararse fiel al orden constitucional. Y aquí encontramos la tercera y, probablemente, única versión exitosa del golpe de estado: el objetivo principal es el afianzamiento de la monarquía en tanto institución legítima y garante de libertades. El propio Armada se encarga de dar pábulo a tal opinión. Tras su salida de la cárcel, cumplió cinco años de treinta de condena por un indulto, siempre ha aseverado lo mismo: los conspiradores contaban con la fidelidad a Franco de los militares para que estos fueran fieles a Juan Carlos I precisamente en cumplimiento de la última voluntad del caudillo. Armada deja entrever siempre que la Casa Real no era ajena al propio golpe de estado, aunque asevera que el rey no mantuvo participación alguna en el proceso. Pese a todo es tajante: el objetivo era confirmar al rey y redirigir la democracia a términos más digeribles para las autoridades militares.
Desde el punto de vista del tercer golpe de estado, éste fue todo un éxito. Éxito conseguido gracias a la manipulación de elementos claramente franquistas (Tejero) y elementos reformistas/involucionistas (capitanes generales, especialmente Milans del Bosch). Si la corona tuvo conocimiento del mismo es difícil de aseverar aunque la tardanza en reaccionar públicamente denota, de forma inequívoca, que el rey se encontraba en una situación de no control y de contar dudosamente con los firmes apoyos fiables que habrían permitido una pronta reacción a fin de desactivar la rebelión. Por ello no es de extrañar que el rey no se expresara hasta que la negociación con los capitanes generales no dejara lugar a la duda: el rey tiene donde apoyarse.
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