No dices nada. No hablas porque sabes que si lo haces todo se desmoronará. Tienes la convicción de ser como un junco. Tu debilidad es tu fortaleza. Te doblas y aguantas, soportas el peso y resistes, pero crees que si te liberan, si te enderezas, ya no podrás volver a doblarte y te romperás. Sabes, porque lo sabes, que uno no se agota hasta que admite que está cansado y que el dedo no te duele si no has visto el martillazo.
Haces oídos sordos a los gritos de ayuda, no porque no quieras ayudar, sino porque no quieres que te ayuden. Sabes que es tu obligación y no la rehuyes porque es tu deber, no te sentirías bien si no fuera así. Aguantas, resistes y pones buena cara a ese mal tiempo que te azota la vida, y no te cuesta. No te cuesta porque eres así, no te crees sacrificado, no te crees valiente pero sobretodo no te crees fuerte.
Crees que debes ser fuerte, y crees que ser fuerte es hacerlo. Hacer lo que tienes que hacer sin dudar, sin pestañear, de buen grado. Porque esa es la forma en la que se hacen las cosas, ésa es la forma correcta de hacer las cosas. Te enseñaron a no rechistar, a cumplir con tu obligación, pero no la cumples.
No cumples tu obligación porque no sientes que sea tu obligación. Sientes que lo haces porque quieres. Y es así. Si no quisieras no serías fuerte, no serías atento, cariñoso, cuidador, detallista, alegre. Pero lo eres, y lo eres porque quieres. Porque has decido ser el caballero que todos ansiamos, el compañero que deseamos y aquella persona que querríamos tener delante cuando el mundo se viene abajo.
Pero cuidado. El acero más duro se corrompe, el hormigón más fuerte se resquebraja con el tiempo y la mayor armadura se oxida. ¿Debes rendirte? No, no debes, no debes porque no quieres. Pero debes tener cuidado; la armadura no se oxida si se lustra y engrasa; el hormigón no se rompe si recibe los cuidados necesarios; y el acero perdura si se protege.
Y tú que haces lo que haces porque quieres, porque te obligas y porque es tu mayor deseo también debes lustrarte, engrasarte, cuidarte y protegerte. Debes ceder un poco, debes darte la vuelta y verte a ti. Pensar en ti, porque sin ti no hay apoyo, sin ti no hay lucha y sin ti lo tuyo ya no es tuyo.
Y me dirás que no. Que no es momento de pensar en ti, que es momento de pensar en otra cosa, que eso es más importante, que lo tuyo vendrá después. Y no ves la avalancha que viene. Rocas pequeñas se esquivan fácilmente. Y tienes ayuda, te la dan, la has tenido desde el principio, y la aceptas y seguro que es suficiente, tú lo sabes. Pero también sabes que tienes más ayuda cerca. Piensa que cuando cae el agua cae en todas direcciones, se derrama por toda la mesa y termina, reunida de nuevo, en un charco bajo la mesa. No abjures de los caminos que también te llevan a destino, si los sigues todos llegas seguro. Como aquel beduino que atraviesa un desierto con la ayuda de su camello, cree que no necesita más, pero si frecuenta los oasis la travesía es más alegre.
Dime que no, porque mientras lo dices me escuchas y te oigo. Dime que no quieres, no me digas que no puedes, dime que te basta y te sobra, dime que estás bien como me dirías si estuvieras mal, porque te creeré. Dime que me has visto al pasar porque entonces sabré que el sudor del esfuerzo aún te deja ver, sabré que aún no te has roto. Sabré que cuando dejes tu carga volverás a levantarte.
Porque sabes, porque recuerdas, que los juncos no nacen solos. Nacen con más juncos, y cuando el sol aprieta y el viento y la lluvia arrecian y amenazan con rompernos, siempre hay más juncos cerca que nos sujetan.
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