Lo primero y más evidente es pedir disculpas por la poca actualización del blog en los últimos días. Circunstancias nuevas y antiguas acucian a esta comunidad alienígena que pese a realizar viajes interplanetarios aún no ha aprendido a dotar el día de más de las 24 horas habituales.
Durante el tiempo de inactividad han pasado muchas cosas dignas de mención, y quizá alguna se aborde más adelante, pero hay una que ha levantado cierta polvareda y controversia, por bien que ahora parece ya no estar en la primera línea de los informativos: la nueva revolución egipcia.
Hace poco más de un año y tras otro año de poder en el aire, Egipto estrenaba presidente democrático y culminaba las esperanzas de otros países de oriente cercano y medio inmersos en sus propias revoluciones y primaveras democratizadoras. El procedimiento parecía modélico. Tras un titubeo el ejército egipcio da la espalda al dictador Hosni Mubarak y se pone del lado de los manifestantes reunidos en la plaza Tahrir o plaza de la liberación en árabe. Desde ese momento protege el proceso iniciado e insta a las fuerzas sociales y opositoras a iniciar conversaciones para poder convocar elecciones cuanto antes. Y tras un breve, para algunos muy largo, período de gobierno por una junta militar se celebran las esperadas elecciones tras treinta años de dictadura. En junio de 2012, y en segunda vuelta Mohammed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, gana las elecciones al candidato del pasado, Ahmed Shafik. La victoria se produce por un ajustado 52-48% y empieza la democracia en Egipto.
Hasta aquí todo bien, lo dicho, un final feliz que despierta envidias en países como Siria o Yemen, Bahrein, etc., que ven la posibilidad de derrocar sus dictaduras y sustituirlas por democracias de forma relativamente fácil. Pero el sueño pronto se desvaneció. No tardó en demostrarse, aparentemente, que Morsi era simplemente un hombre de paja en manos de los Hermanos Musulmanes.
Durante el conflicto inicial los Hermanos manifestaron su no intención de islamizar el país y ser respetuosos con la sociedad cosmopolita y secular egipcia. Pero se aprobó una constitución, sin apoyos, basada en la sharía, la ley islámica y empezó a ser evidente la influencia del Guía Supremo de los Hermanos, Mohammed Badie, sobre Morsi. Tal influencia contravenía completamente el espíritu de la revolución egipcia.
Y estalló todo de nuevo. Con una crisis sin visos de solucionarse y un presidente ajeno al parlamento y gobernando para unos pocos, el pueblo volvió a Tahrir.
Una gran manifestación en todo el país fue el punto de inflexión que necesitaba el ejército para pronunciarse. Con una medida puesta en escena y arropado por todas las fuerzas políticas de la oposición así como de coptos y suníes.
Entonces se desata la alegría y la plaza Tahrir estalla en una fiesta de júbilo y alegría, medio mundo festeja con ellos y la civilización egipcia vuelve a dar ejemplo al mundo de innovación y modernidad: si el presidente se excede se quita de en medio, sin mayor problema.
Incluso por estos lares alguien empezó a sentir envidia. De hecho hace unos meses algunos medios de comunicación insinuaron que algunas facciones del ejército español, e incluso de la policía, no verían con malos ojos que la sociedad civil derrocara por la fuerza el gobierno de Mariano Rajoy ya que se suponía que se estaba excediendo en su política reformadora, sobretodo al obviar sistemáticamente al congreso y aprobar los proyectos por la vía urgente del decreto-ley. Hubo quien pensaba que un presidente queostentaba ostenta el récord de ruedas de prensa sin preguntas (o a través de
una pantalla estando en la sala de al lado) no podía ser un presidente digno. Incluso sin saber lo que se sabe ahora de los casos Gurtel y Bárcenas algo ya se olía. Había quien reflexionaba que se debía asaltar la democracia y derogarla en favor de ella misma.
Pero todo este razonamiento que parece tan correcto e idílico chirría en su propia forma y defecto: es difícil defender la democracia si para ello la primera sacrificada es ella. El ejemplo más reciente lo podemos encontrar en los GAL, no parece legítimo defender la legalidad a través de la ilegalidad (y eso dicho en pocas palabras y finamente). Tristemente mantenemos una larga tradición de militares salvapatrias y bocazas (desde Espartero a Tejero, pasando por Primo de Rivera y Milans del Bosch o Armada), ninguno de ellos sirvió para mucho sino para atascar la evolución y el progreso, sin contar claro con el inefable Francisco Franco, el adalid de la caspa y rancio blanco y negro. Parece claro que el gobierno actual no es merecedor ya de más crédito entre la ciudadanía, pero cabe recordar algo, y es lo que dijo Zapatero a Hugo Chávez tras la metedura de pata del vergonzoso "¿Por qué no te callas?": "Nadie está más alejado ideológicamente que yo del presidente Aznar (para este caso sirve como Rajoy) pero fue elegido democráticamente por la ciudadanía". Sabemos que el sistema no funciona, sabemos que el gobierno no funciona y que, a veces, el boicot o el saltarse las normas ayuda a los cambios, pero una cosa es tergiversar y subvertir el buen funcionamiento de la sociedad y otra muy diferente es eliminar el propio objetivo por el mero hecho de que así es más fácil, más corto y, ¿por qué no?, más heroico. No nos dejemos engañar por la épica revolucionaria, la libertad se defiende desde la libertad y no desde la opresión, a nadie se le puede obligar a ser libre. De acuerdo Morsi, en este caso, ponía a Egipto en el peligro de repetir una transición española y sufrir unamala constitución durante más de treinta años, pero si aquí la democracia no funciona es culpa nuestra y de nadie más porque herramientas para mejorarla hay, pero no se usan. Las soluciones drásticas deben dejarse para cuando no hay más salida y esa es una salida obligada.
Incluso por estos lares alguien empezó a sentir envidia. De hecho hace unos meses algunos medios de comunicación insinuaron que algunas facciones del ejército español, e incluso de la policía, no verían con malos ojos que la sociedad civil derrocara por la fuerza el gobierno de Mariano Rajoy ya que se suponía que se estaba excediendo en su política reformadora, sobretodo al obviar sistemáticamente al congreso y aprobar los proyectos por la vía urgente del decreto-ley. Hubo quien pensaba que un presidente que
una pantalla estando en la sala de al lado) no podía ser un presidente digno. Incluso sin saber lo que se sabe ahora de los casos Gurtel y Bárcenas algo ya se olía. Había quien reflexionaba que se debía asaltar la democracia y derogarla en favor de ella misma.
Pero todo este razonamiento que parece tan correcto e idílico chirría en su propia forma y defecto: es difícil defender la democracia si para ello la primera sacrificada es ella. El ejemplo más reciente lo podemos encontrar en los GAL, no parece legítimo defender la legalidad a través de la ilegalidad (y eso dicho en pocas palabras y finamente). Tristemente mantenemos una larga tradición de militares salvapatrias y bocazas (desde Espartero a Tejero, pasando por Primo de Rivera y Milans del Bosch o Armada), ninguno de ellos sirvió para mucho sino para atascar la evolución y el progreso, sin contar claro con el inefable Francisco Franco, el adalid de la caspa y rancio blanco y negro. Parece claro que el gobierno actual no es merecedor ya de más crédito entre la ciudadanía, pero cabe recordar algo, y es lo que dijo Zapatero a Hugo Chávez tras la metedura de pata del vergonzoso "¿Por qué no te callas?": "Nadie está más alejado ideológicamente que yo del presidente Aznar (para este caso sirve como Rajoy) pero fue elegido democráticamente por la ciudadanía". Sabemos que el sistema no funciona, sabemos que el gobierno no funciona y que, a veces, el boicot o el saltarse las normas ayuda a los cambios, pero una cosa es tergiversar y subvertir el buen funcionamiento de la sociedad y otra muy diferente es eliminar el propio objetivo por el mero hecho de que así es más fácil, más corto y, ¿por qué no?, más heroico. No nos dejemos engañar por la épica revolucionaria, la libertad se defiende desde la libertad y no desde la opresión, a nadie se le puede obligar a ser libre. De acuerdo Morsi, en este caso, ponía a Egipto en el peligro de repetir una transición española y sufrir una