Pues yo creo que no, la izquierda no está muerta. La izquierda sigue vigente porque lo que la izquierda ha defendido desde siempre sigue de la más rabiosa actualidad. Derechos sociales, asistenciales, libertad de expresión, sexual, de reunión, asociación, etc., son derechos que creíamos conquistados pero al parecer sólo son prestados. Durante la última legislatura no hemos visto más que peligrar lo conseguido durante casi cuarenta años de (cuasi) democracia a través de leyes que pretendían devolver el control de la calle a las altas instituciones según modelos pre-constitucionales.
Durante la pasada campaña electoral he repetido en más de una ocasión lo que me fue dicho en un acto de ante-pre-campaña en Utebo por parte de un militante de IU: "ser de izquierdas es poner ante todo el interés de las personas", cabe señalar que el interlocutor (no recuerdo el nombre) no se refería ni mucho menos al interés puramente espúreo que algunos personajes suelen anteponer para sí mismos, se refería, nos referimos, a anteponer el bien común al propio egoísmo, anteponer lo que es bueno para todos (no para la mayoría solamente) a supuestos beneficios económicos que "pueden" revertir en beneficios sociales de forma indirecta. Y repetí dicha cita, como seguiré haciendo, porque la encuentro sumamente acertada, concisa y directa. La izquierda representa el interés porque los mínimos básicos de todo el mundo estén cubiertos, que la libertad individual no esté reñida con la colectiva y que la supervivencia como individuo no esté supeditada a la mera suerte o al aprovechamiento de oportunidades. Un auténtico gobierno de izquierdas vela para que las oportunidades sean para todo el mundo iguales, luego vendrán los matices sobre el techo de la libertad económica y la propiedad privada, fuera deberían estar los regímenes totalitarios y/o dictatoriales que usan la ideología como forma de control y represión.
Ahora bien, si esto es tan bonito ¿qué falla?
Pues falla la comunicación y esta lo hace por la falta de conciencia de clase, la despolitización social y el divorcio entre el vocabulario usado y el público objetivo, todo esto son aspectos de un mismo dado, ninguno tiene sentido sin el resto. También podemos añadir como matices el triunfo de la estrategia comunicativa de la derecha económica, el sometimiento al espectáculo banal (adjetivo no usado en modo peyorativo alguno) y la reducción a meros titulares de la información recibida.El resumen más o menos es el siguiente: La sociedad, bien sea por hartazgo post-transicional, bien por manipulación mediática de una clase poderosa e influyente, ya no se reconoce como clase obrera ni proletaria por lo tanto el discurso clásico de lucha de clases ya no funciona, y ojo, no digo que no sea cierto ni que no esté vigente, pero quien debe escucharlo, quien debe votar partidos o propuestas que sí quieren revertir la situación actual y de verdad luchar por derechos sociales e intereses comunes, ya no entiende el concepto, ahora, y por arte de birlibirloque, sabemos de primas de riesgo lo que en tiempos supimos de stock options o del precio del barril brent influenciado por el frágil equilibrio de oriente medio, es decir nada y creyéndonos saber mucho. La sobresaturación de información actual (poca no tendenciosa todo hay que decirlo) y la cantidad de entretenimiento disponible en formato audiovisual nos han tornado en animales apolitizados, esto es: no nos interesa la política como género si no como consumo. Nos bastan titulares e ideas predefinidas para juzgar al partido bueno y al malo y a reconocer por el rabillo del ojo a los extremistas o partidos pequeños, más el simpático, ese con el que estamos de acuerdo pero no votamos porque no son opción real de gobierno. De esta manera perpetuamos un estado bipartidista donde lo extraño es el debate enriquecedor y lo habitual las tertulias con periodistas "que saben mucho de esto" y que hablan libremente y sin tergiversar (sic).
Nos guste o no somos una sociedad de consumo y consumimos política sin espíritu crítico igual que vemos las noticias porque es lo que echan a la hora de comer (benditos canales temáticos que nos libran de noticieros) y aún si queremos saber, nos empapamos de periódicos, telediarios y webs de información, la cantidad de datos es tal que nos impiden profundizar en nada y nos obligan a escoger o a leer por encima.
En este estado de cosas a cualquier opción política le quedan solamente dos opciones: seguir con los mismos discursos y mantener la esencia y la integridad aún a riesgo de predicar en el desierto; o actualizar el modo de presentar las mismas ideas (válidas), actualizar el vocabulario, el idioma y el canal usado para que las ideas (las mismas) lleguen a quien debe oírlas que es, en última instancia, quien deposita el voto en la urna y permite que esas ideas puedan ponerse en práctica. Para otro día dejaremos los que optan por cambiar el discurso y las ideas subyacentes y a los que usan un discurso para defender precisamente ideas contrarias, la política da para mucho.
La izquieda actual debe tener en cuenta que la gente de la calle no conoce a Engels ni sabe diferenciar entre marxismo y stalinismo y a muchos les costaría encontrar la relación entre Trotsky y el piolet. Nos guste o no, la idea que relaciona a la izquierda con el comunismo, el comunismo con Corea del Norte, el totalitarismo, las purgas y demás ha triunfado. No es cierta la relación (o no directa y necesariamente cierta), ni es exclusivamente así aunque pueda serlo. La dicotomía izquierda y derecha está superada en la ciudadanía no politizada, incluso en parte de la que sí lo está, por dos motivos: al no haber conciencia de clase no hay identificación por bloques y porque el pragmatismo social del día a día triunfa sobre la conceptualidad política y la estrategia de futuro.
Cuando hablamos de derechas e izquierdas hoy en día nos estamos refiriendo a etiquetas de un todo cuando, y aquí sí gracias a la evolución política, nos encontramos con individuos que se pueden definir socialmente por una de ellas y económicamente por la otra, organizativamente de un color y socialmente de otro. Por ello el centro político está superpoblado, por gente que huye de los "extremos" y por políticos que también y buscan a los que no se identifican con en el rojo y con en el azul aunque un somero análisis podría buscarles acomodo en uno de ellos. El centro, podríamos decir, no es más que un estado en que sumando políticas de derechas y de izquierdas en varios (o todos) los aspectos posibles el resultado es cero. Pero, los grandes, en tamaño, partidos y los que aspiran a serlo, se afanan en buscar tal centralidad en busca de un voto desteñido que los devuelva a la rueda del poder independientemente de la coherencia ideológica (por ejemplo sumando liberalismo económico y políticas sociales públicas, una de las dos no puede cumplirse). Estos "grandes" partidos copian el discurso de la masa desideologizada de la forma más burda: sólo los titulares, olvidando el sustrato existente en el que la ciudadanía sí tiene claro qué quiere aunque rehuse ponerle etiqueta diestra o zurda.
La tarea pendiente de la izquierda de hoy debe ser el ser capaz de defender sus valores tradicionales pero usando un lenguaje del s.XXI y acomodado a lo que sus potenciales votantes quieran huir. No basta con seguir siendo de izquierdas, levantar el puño o reivindicar a Lenin como padre de los derechos individuales y colectivos, es necesario incluir en la ecuación a todo el que quiere las políticas de izquierda, quiere libertad de pensamiento en el respeto, libertad individual, colectiva, sexual, afectiva, igualdad de género, interracial, transnacional y derechos sociales, de reunión, de expresión y de asociación individuales y colectivos.
No se trata de decir lo que la gente quiere oir sin más, se trata de decir lo mismo, defender las mismas ideas, pero con el lenguaje que la gente quiere oir. La prueba la tenemos en el tan socorrido 15M y en todos los procesos que descienden del mismo (queriendo o no), aún sabiendo el lugar del espectro político en el que se estaba, aún sabiendo el color que el ambiente reflejaba lo importante no
fueron las etiquetas si no las propuestas concretas, el mensaje se transmitía por otros canales y usaba otras palabras. Entonces fueron los de abajo a por los de arriba sustituyendo a los oprimidos y opresores que a su vez cambió el obrero contra el patrón. De esta forma el lenguaje enriquece el discurso ofreciendo matices hasta ese momento inexistentes o tamizados por la pureza y la verborrea intelectualmente ideológica. Seguir hablando en términos exclusivos de izquierda y derecha exclusivamente sigue siendo cierto pero ya no es útil en tanto el oído receptor ya no reacciona ante tales estímulos. El espectador ya es un ente formado (aunque no lo quiera) en política y ya sabe que quiere oir propuestas, sencillas y directas, cuasi titulares, y no discursos, aunque estos sigan siendo soflamas orgasmantes. Ante unas elecciones y/o la decisión de militar e involucrarse el peso del argumentario desnudo es infinitamente mayor que el del simple hooliganismo reaccionario por el simple motivo de que este es el realmente constructivo, el que aporta, el que ofrece soluciones y el realmente fiel, el que apela al corazón a través de la razón obviando al estómago.
La izquierda, como todo, debe evolucionar sin perder de vista su razón de ser.