sábado, 15 de diciembre de 2012

El final del túnel

Hace tiempo que no duermes por las noches, pero por el día te mueres de sueño en cualquier rincón. Eres incapaz de prestar atención a nada más de dos minutos. Te cuesta pensar con claridad, casi no recuerdas como empezó todo ni como ha llegado a este punto y, la verdad, tampoco hace tanto.

Hubo un momento que pensaste que aún eras joven, salías, te divertías y trabajabas. Dejaste los estudios, ya habría tiempo y ahora querías un sueldo en el bolsillo. Ahorraste, te fuiste de casa de tus padres y empezaste una nueva vida. Y, ¿qué sería la vida sin pequeños caprichos? Un buen televisor, cine cada semana, copas y algún viaje, ¿quien dijo que no se podía ser feliz? Encontraste pareja e hiciste planes, muebles nuevos, pintura y algún arreglo, tu casa era uno de tus orgullos, el coche no podía ser menos. Y no lo era, tanto que no era uno, eran dos, os hacían falta para ir a trabajar, a los dos, era el precio a pagar para poder ir y venir del trabajo en veinte minutos y no en hora y media, pese a todo la gasolina no era tan cara. Empalmabas un trabajo con otro, no había oficio pero sí talento, algo saldría siempre.

Pero algo pasó. Un día se acabó el contrato y no había otro esperando. No desesperaste, subsidio de paro mediante, seguirías. Tu pareja trabajaba y seguisteis, no os preocupasteis. Dos, tres meses y un trabajo, ¿ves? todo sigue igual. Pagaban un poco menos, pero lo importante era seguir trabajando.

Llegó el primer hijo, todo eran alegrías, no faltaban motivos. En poco tiempo el segundo y el tercero casi seguidos Total, el gasto gordo ya está hecho, sólo había que comprar el "mantenimiento", pañales, leche, papillas, no pensaste en ropa, guarderías ni vacunas "recomendadas pero no subvencionadas". No pasa nada, la casa es fuerte. Te ofrecieron horas extras y ni te lo pensaste. No veías tanto a tu familia, pero el fin de mes era muy holgado, compensaba. Tu pareja perdió el empleo.

Le dijiste que no había problema, tú seguías y al fin y al cabo su subsidio allí estaba mientras no encontrara nada. Tú seguías mirando ofertas de trabajo, siempre se puede mejorar, ¿no?, pero no había nada. Lo poco que veías no te compensaba, pagaban igual o peor. No pasa nada, seguro que tarde o temprano sale una buena oportunidad. Y tu pareja encontró empleo. Pagaban poco y el trabajo era duro, pero te mantenía en el circuito, luego le pidieron quedarse, sólo es un día y hay que quedar bien. Estabais de acuerdo, un pequeño esfuerzo y pasamos la mala racha. Perdéis el empleo ambos.

Intentaste mantener la sonrisa, hay que mantener el ánimo. Pero la casa se te caía encima pese a la alegría de ver a los niños y a tu pareja a todas horas. Entonces pensaste en tus estudios, pero no podías retomarlos, no estarías tanto tiempo en paro y empezaste con los cursillos de formación, así tendrías más oportunidades. Te llamaron para un trabajo, cobrabas menos que estando en paro, pero me mantengo activo y en la ETT lo valorarán. Duró dos semanas, buenas palabras, si sale algo más te llamaremos, estamos muy contentos contigo. El fin de mes ya no era tan holgado.

La hipoteca te subió, tu índice de revalorización era anterior al estallido de la crisis. La gasolina también, al menos ya no necesitabas tanto el coche. Siempre pensaste que los impuestos son buenos, construyen hospitales y escuelas, pero te duelen. Duelen cuando suben y tu calle ya no la asfaltan. Duelen cuando ya no te subvencionan los libros del colegio, educación gratuita, ¡y una mierda!. La comida no baja y la electricidad aún sube más. Te cuesta mantener la sonrisa, pero sigues adelante, si me es más llevadero a mí será más fácil para los niños. Pero llega el verano.

El mayor quiere ir a la playa, los pequeños también. Vais, te lo puedes permitir, pero allí no se puede comer fuera, ni siquiera un día. Quitas a tus hijos la comida veraniega en un fast-food, no se puede todo, es temporal. Y miras la televisión. Coches oficiales, teléfonos nuevos y grandes sonrisas dentro de trajes a medida, y encima votan que no se bajan el sueldo y que seguirán viajando en primera clase. No lo entiendes y cada vez le das más vueltas.

Sales a pasear con tu familia, es noche de verbena, te piden petardos y no te puedes negar, quieren subir a las atracciones, es fiesta mayor y un día es un día, pero son menos viajes que el año pasado, los niños no se quejan, parece que lo entienden, y eso, en lugar de relajarte, te quema aún más por dentro, son niños, no deben tener que entender de esto. Te llega una carta de la oficina de empleo, tu pareja ya la recibió hace unas semanas, te reducen el subsidio, llevas demasiado tiempo chupando de la teta y el estado dice que espabiles y encuentres trabajo.

Vas a entrevistas, cada vez menos, ya estás en esa edad, y el perfil... ahora se piden doctorados para barrer, pasará, es cuestión de tiempo. Pero reduces los gastos. Ahora la nevera está llena de marcas blancas, la comida es un poco más..., bueno, no es todo tan malo. Decides dejar los "extras", de vermut en casa nada, el cine es una quimera, bebes agua casi en exclusiva y el café ahora es muy de vez en cuando.

Tus hijos crecen, necesitan más ropa y quieren cromos, libros y juguetes, no los puedes defraudar. Pero empieza a costarte más sonreír, y necesitas cada vez más ese café con los amigos, necesitas distracciones y ves más la tele. Y lo que ves no te gusta. No te gusta el indulto fiscal. No te gusta el copago sanitario. No te gusta que hagan falta mareas verdes, blancas y naranjas. Hablas con la gente, pero sigue sin gustarte la demagogia, pero te molesta que un político coloque a su familia a dedo, pero crees que es posible que sea gente preparada. Pero te molesta que se justifique la corrupción, y los sueldos vitalicios, las dietas y que se favorezca a grandes fortunas.

Llevas el pelo largo y cada vez repites más ropa, te duele comprarte unos pantalones o unos zapatos. Ya no te compras nada, tu pareja ya no tiene subsidio. Ha bajado la hipoteca, pero no suficiente, tranquilo, seguro que mejora, algo va saliendo. Ya no se comen tres platos en casa. Plato único y una pieza de fruta, a veces ni eso, no tienes hambre. Los niños ya no dejan comida, el plato ya no desborda. Te levantas, vas a la nevera y te deslumbra una luz blanca en un espacio diáfano, está casi vacía. Te desmoralizas más, no creíste que fuera posible.

Ves la tele. Sonríen y cierran hospitales, te dicen que tienes que esforzarte más, que saben que es un sacrificio muy duro, pero que es necesario. El que te lo dice tiene tres sueldos millonarios, y habla de sacrificios.

Miras a tus hijos dormir y sabes que no se lo merecen, quieres que sean felices y te esfuerzas en parecer alegre. No hablas de ello en casa, pero tienes un nudo en la garganta. Algo te impide reaccionar, algo negro te acecha y tu vida se resiente. No querías que te afectara, pero saltan chispas, con tu pareja, con tus amigos, con tus hijos. No ves salida al final del túnel. No quieres ni ver la televisión, no tienes fuerzas ni para indignarte. Y la última carta te abre los ojos. Es de tu aseguradora. Tu seguro de vida sube la prima para el año que viene.

Es para la hipoteca, pero será un gasto menos para tu pareja.

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